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Daniel González, un talento superlativo para la escultura y el arte

Daniel González es sin ningún género de dudas uno de los más grandes riojanos. Un trono forjado con un talento innato para la escultura y el arte. De la misma forma que las probabilidades de que nazca otro Mozart que alumbre una obra tan magistral son remotas, dadas las dimensiones de su talento, pasa con Daniel, el escultor nacido en 1893 en Cervera del Río Alhama, un pueblo riojano en el que seguro sienten un especial orgullo y amor por su figura. Sin embargo, todos sabemos que este tipo de talentos tan esporádicos y cautivadores, en seguida, sin necesidad de ningún nombramiento oficial, pasan a ser de todos.

En la actualidad, su nieta Berta se encarga de comunicar y transmitir la obra de su abuelo, uno de los mejores escultores españoles. A continuación, Berta escribe unas palabras para acercarnos la figura de su abuelo, estrenando la nueva sección 'Para deleitarse’ en La Listilla.

Antes de pasar 'la pluma' a Berta, queremos compartir una anécdota de Daniel con todos vosotros: Era 1906, cuando el pequeño Daniel tan sólo contaba con 13-14 años y, aprovechando una gran nevada en Vitoria, ciudad en la que residían él y su familia por aquel entonces, realizó una escultura en la nieve caída, al amparo de unas temperaturas heladoras. La figura realizada se trataba de una mujer desnuda, asunto este no muy bien visto en aquella época. La controversia que generó fue inmediata. Dos beatas que vieron la escultura se apresuraron en avisar a las autoridades para que tomaran cartas en el asunto contra lo que consideraban una desfachatez. Sin embargo, aunque los guardias acudieron al lugar donde Daniel realizó esta obra de arte, los acontecimientos no se produjeron como ellas esperaban. Aquel episodio acabó congregando al mismísimo concejal de cultura que se negó a retirar la escultura por el gran valor artístico que tenía, y los guardias, lejos de destruir o retirar la obra (como les hubiera gustado a las dos beatas), fueron encargados de custodiar la obra hasta que el calor derritió la magnífica creación del joven Daniel.

Quizás en este punto algún lector se esté preguntando cómo un niño de tan corta edad pudo realizar una obra artística en la nieve. Suponemos que la respuesta pasa irremediablemente por el 'talento innato' que Daniel atesoraba. Más sorprendente es, si cabe, que en aquel entonces Daniel no recibía clases de escultura, y que lo más que hacía era practicar en casa su pasión con miga de pan mojada.

Ahora que conocéis esta anécdota, seguro que no os sorprende que con tan solo con 14 años estuvo trabajando en la creación de la catedral de Vitoria, puesto que consiguió realizando un capitel delante del capataz de la obra que no daba crédito de que un niño de su edad fuera capaz de realizar semejante trabajo.

¿Os gustaría ver la mujer a la auténtica protagonista de la anécdota? No os hacemos esperar más:
Esto es sólo una muestra del gran talento que Daniel reunió y desarrolló durante su vida. Os invitamos a seguir descubriendo la vida de un ser humano formidable como escultor, artista y también como persona (que no siempre ocurre). Pronto se estrenará un documental sobre él, del que os mantendremos informados.

Ahora sí, pasamos la pluma a su nieta Berta, que nos trae a cerca a su abuelo a través del siguiente texto:

Daniel, mi abuelo, su recuerdo a través de las voces

He sido una de esas personas privilegiadas que ha pasado toda su infancia, y más, con sus abuelo; para mí « yayos ». Vivíamos en la misma casa por lo que la convivencia era absoluta. Pero no solamente compartíamos mis padres y yo el mismo espacio con ellos: estaban las esculturas, dibujos, acuarelas e incluso la mesa en la que comíamos y la biblioteca, y tenían vida propia. El espacio que ocupaban era tan imponente que lo recuerdo como si me hablaran. Yo era una niña muy fantasiosa que me encantaba disfrazarme e imaginarme otras vidas con la música de los discos de zarzuela que había por casa. Seguro que tendría que haber sido actriz, bueno de hecho he llegado a hacer mis pinitos en el teatro con éxito. Pero eso es otra historia.

Todos mis primeros recuerdos, los primeros, los siguientes, los adolescentes, los de adulta, los de ahora y seguro, los últimos, tienen que ver con mi abuelo Daniel. Jugaba mucho con él pero no es el recuerdo que prevalece, el que me invade es el de la admiración. Era un artista, era él quien había esculpido, pintado y diseñado las maravillas que me rodeaban y me hacían fantasear.  Las voces de mi madre y de mi abuela llegaban a mis oídos y en los surcos de mi memoria iban quedando marcadas la vida y palabras de mi abuelo. Las visitas llegaban y como un eco siempre repetían el nombre de mi abuelo. Los maravillosos amigos que he tenido siempre o bien se sorprendían enormemente ante tanto arte como llegaban aprendidos, pero en cualquier caso me preguntaban, me hablaban e inevitablemente me unían a él. Es un abuelo no vivido ya que falleció cuando yo tenía 7 años, es un abuelo sentido, muy sentido, por su omnipresencia. Estaba enfermo, tenía párkinson y eso le había frustrado tanto su vida como su carrera artística.

Si me preguntara alguien cómo eran tus viajes con tus padres irremediablemente diría “y con mi abuela”, y una parte eran sonidos de mar y playa y otra la voz de mi yaya explicándome museos, iglesias y restos de civilización romana por toda España, París y alguna otra ciudad en Europa.

Cuando tenía unos 7 años fui dama de honor en las fiestas de la vendimia y nos recibieron en la sede de lo que hoy es el Gobierno de La Rioja, el cariñosamente llamado “palacete del Espolón”. Allí coronando el inicio de las escaleras se encuentran los bustos de mi yayo de Gonzalo de Berceo y el Marqués de la Ensenada que representaron a Logroño en la Exposición Universal de Sevilla en 1929. Recuerdo como si fuera ahora el calor sofocante de una niña orgullosa y feliz jugando y corriendo sin parar vestida con el traje regional y que acariciaba como podía esas estatuas …
Con 14 cambiamos de casa y todo giró en torno a dónde y cómo poner la obra de mi abuelo. Recuerdo a mi padre pasando horas y días en el suelo del salón con parte de los espléndidos carboncillos componiendo el puzzle perfecto. Lo logró.
Y un día, y otros muchos más, a mi vuelta del colegio, mi casa se convirtió de pronto en un estudio fotográfico y, una jovencísima universitaria, Lourdes Cerrillo, acompañada por un fotógrafo, se dedicaba a desmantelar todo y a hablar con mi abuela y mi madre, más voces que me penetraban hablando de mi abuelo.

Las esculturas y cuadros, compañeros de fantasías y juegos de infancia habían ya salido de casa para una exposición, homenaje póstumo, pero mis voces me hablan más nítidamente de la inauguración del Museo de Calahorra siendo Consejero de Cultura José Ignacio Pérez.

Recuerdo un viaje a Madrid, en los años 80, con mi madre, visita a un alto cargo del Ministerio de Cultura, dirigido por Javier Solana, un hombre elegante, amabilísimo que me impactó tras el largo recorrido entre grandes escaleras, interminables pasillos para acabar en un despacho que respiraba arte.

20 de junio de 1984 el claustro de profesores de un Instituto en Logroño vota el nombre de Escultor Daniel que es ratificado por el Ministerio de Educación y Ciencia. Voces y gritos de jóvenes adolescentes llegarán al busto del “Autorretrato” de Daniel que se encuentra en el hall de la entrada. Un Instituto que a lo largo de los años se ha convertido en un referente en la ciudad de Logroño, innovador como lo fueron las vanguardias.

1985, de pronto esas caras esculpidas, esos cuerpos dibujados, empezaron a pertenecer al mundo exterior como yo lo hacía siendo una adolescente, crecieron y sin darme cuenta pasaron de mi casa a los Palacios de Cristal y Velázquez en El Retiro de Madrid. El Presidente Felipe González, el Ministro de Cultura, Javier Solana, y mucha, muchísima gente entraban en una parte de mi alma. Era la exposición “Escultura española 1900 - 1936”.

9 de junio de 1986, mi abuelo es condecorado con la Medalla de Oro de La Rioja y las voces resuenan por todo el claustro del Monasterio de San Millán, las del Presidente, José Ignacio Pérez, las de Tomás Llorens y por fín las de mi adorada yaya Ernestina Negueruela:
“Las mariposas del Monumento Homenaje a la Lengua Castellana hoy han volado al cielo y de parte de Daniel nos dan las gracias”

Y luego idas y venidas por España de museo a salas de exposiciones, conferencias, incluso la Universidad de La Rioja, el Ateneo Riojano. En 1981 Tomás Llorens Director del Museo Nacional Reina Sofía recibe el mandato de crear una colección permanente y elige obra de mi abuelo que pasa a formar parte de la colección. Voces y voces resuenan en mí y me inundan, algo grande, importante, magnífico se ha producido y por fin mi yayo va a poder ocupar el lugar que le corresponde. Se suceden exposiciones monográficas de Daniel por España, conferencias, libros, incluso una exposición en la Fundación “la Caixa”, Barcelona, 2005 “Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti” mi abuelo se encuentra junto a los mejores escultores europeos de su época. Yo estoy lejos y las voces de mi madre, de mis tíos, primos a través del teléfono que me cuentan y se quedan.

El privilegio de escuchar la cálida y sabia voz de Tomás Llorens explicándome la colección del recién inaugurado Museo Thyssen-Bornemisza e incluso hablándome de mi abuelo Daniel. Una voz que todos los meses, sin falta a través del teléfono, llegaba a casa de mis padres y de allí a mí.

Silencio. No hay más voces. Mi abuela, la de la sonrisa permanente, mi amiga de infancia, mi musa, mi soporte, la mejor contadora de historias, inventadas y reales, la que me escondía en los sitios más inverosímiles de la casa, estaba enferma. Ella, la otra mitad de Daniel, su amor, se iba, su mente me dejaba y aunque siguió viviendo, para mí ya estaba lejos. Fueron años invadidos de tristeza. Si mi yayo Daniel es importante en mi vida, también mi yaya. Ella sí que inunda todos mis recuerdos hasta mis 40 años. La quiero tanto, tanto que el trauma de su alzheimer me impidió recordarla como era durante meses. Desde entonces y de una manera natural tuve la necesidad de hablar con ella cada día y, poco a poco, fui introduciendo en esas charlas a mi abuelo Daniel.

De vez en cuando hay voces para inaugurar una plaza a su nombre, una calle, el Senado de España adquiere una escultura, inauguración del busto de Gonzalo de Berceo en el municipio de Berceo, el de Marqués de la Ensenada en Alesanco … 2002 el Museo Nacional Reina Sofía bajo la dirección de Juan Manuel Bonet adquiere de nuevo obra. En el 2006 el Doctor en Arte José Luis Labandíbar escribe un fantástico libro titulado “Daniel, de la belle époque à Woodstock” y de nuevo un coro de voces se oye: el Ayuntamiento de Logroño en 2016, con Cuca Gamarra como Alcaldesa, le concede la Medalla de Oro de la Ciudad y ese mismo día todo un griterío ensordecedor me habla «Fundación, hay que hacer algo», voces, de nuevo voces tanto internas como de mi esposo, amigos, y seguramente de mis abuelos. Empieza de nuevo la función, se abre el telón, mi marido me empuja y creamos, junto con mi madre, hija de Daniel la Fundación Escultor Daniel en 2017.

París, París, fueron dos viajes (1918 y 1924) los que Daniel hizo a la capital de las vanguardias históricas donde conoció a Gauguin, Durrio, Pablo Picasso, Julio González, Pablo Gargallo, y tantos otros. Oigo todavía la voz de mi abuela que nombra continuamente Atelier Perrier por haber sido donde por primera vez expuso su obra en solitario. Uno de los objetivos de la fundación será localizarlo. 2019, octubre, las voces de Lourdes Cerrillo y Juan Manuel Bonet en unas conferencias en la ESDIR de Logroño hablan del Club R-26. Noviembre, oigo a mi esposo con una voz fuerte y alegre decirme “lo he encontrado, lo he encontrado”: se había puesto en contacto con un actor, escritor y guionista de teatro, Norman Barreau quien estaba representando una obra de teatro referente al Club R-26. Como si de un maremoto de voces se tratara el París de mi abuelo tenía nombres, rostros, vida y sonidos. Mi abuelo había pertenecido a ese club que, como si de un movimiento artístico se tratara, estableció unos estatutos y en torno a la música de jazz compuesta y cantada por el matrimonio Perrier, empresarios textiles, reunieron a personalidades tan sobresalientes como Sonia Delaunay o Le Corbusier. Inmediatamente conocimos a la nieta de la familiar Perrier y descubrimos obra desconocida de mi abuelo, incluso imágenes, eso sí, mudas. Nunca podré escuchar la voz de mi abuelo, pero mis lágrimas, al reconocerlo inmediatamente, en ese pasar rápido de cintas y cintas cuando ya nadie creíamos que iba a aparecer, me hablaron de la unión que tengo con él.

El mar de voces ha sido desde entonces un océano, de día de noche, en sueños, despierta, dormida, todo gira en torno a Daniel y su obra. Es un trabajo que rápidamente ocupa mis horas del día e incluso mi ocio está dirigido a impregnarme de arte, algo que ya había sucedido en mi infancia, pero ahora es mi propia voz que me grita con una alegría inmensa “adelante”. Empecé recibiendo cursos de arte de una hora a la semana, pasé a hacer un CAD de márketing del mundo del arte y ahora estoy ya estudiando el 2° curso del Grado de Historia del Arte en la UNED. ¿Mis vacaciones? Playa y museos y ciudades en las que hay exposiciones importantes, galerías, y maletas llenas de libros de arte.

Hoy puedo decir que conozco a mi abuelo a través de su obra y que me fascinan sus carboncillos. Josefina Alix Trueba quien ha sido una de las voces escritas que más líneas le ha dedicado la obra de Daniel, les dedicó el libro “Daniel González. Dibujos de un escultor” a ella le debo la voz que ha descrito mi sentimiento de amor hacia ellos. No recuerdo la voz de mi abuelo, su imagen en mi mente es borrosa pero siempre me ha hablado. 
Cuando tienes la gran suerte de vivir en una casa donde cada rincón tiene una obra de arte de su abuelo no hay día, segundo incluso, que no lo recuerdes.
No recuerdo su voz, no importa, se la pusieron sus obras, mi familia, amigos, especialistas en arte… hoy se la pongo yo a través de la Fundación Escultor Daniel.

Gracias.